El camino de la excusa no es una espina de rosas.
Vencerla es el paso más determinante en la trayectoria que vayas a tener corriendo. Más incluso que cruzar metas o traspasar límites personales.
Es el “yo” interior más esclavizante que conozco y consigue a la vez las sensaciones más fatídicas y duraderas que pueden sentirse. Letal para el que comienza y crucial para el que ya tiene el hábito adquirido.
Las hay de diversas formas, normalmente vestida de cobarde. Con atuendos no perecederos que aparecen una y otra vez, en todas partes, en el momento preciso.
Trabaja en silencio, sigilosa y sirve de atenuante al esfuerzo. Placer momentáneo como droga de diseño que tiene pinta de diseñarse por uno mismo como obra de arte que acaba por pasar factura, a la larga, y eso que fue pensada de manera gratuita.
Nos convence al instante, nos enamora su forma y como cantos de sirena acabamos rendidos a su encanto. Nos encanta como suena en nuestras cabecitas ya que siempre nos habla con voz dulce y convincente.
Unas veces con nombre de frío, otras con lluvia en su apellido, otras de alojamiento en manta caliente y otras con el confort en forma de sofá. A veces es el tiempo, ese que no tenemos para hacer y que usamos para deshacer lo hecho. Otras en forma de molestias propias o ajenas, reales o ficticias, fugaces o pasajeras. Otras, simplemente, excusas envueltas de estados de ánimo que parece que se arreglan desde la desgana, desde la parada.
Es la excusa el mayor enemigo del atleta. La misma que puede ponerte en acción y ser el pretexto de una gran obra que día a día va tejiendo a base de esfuerzo, trabajo, sacrificio y constancia esos miniobjetivos que te ayudan a crecer y a creer. Esa misma que como fin, corta de raíz lo ganado, luchado y vencido. Destroza el camino con baches y saltos al vacío. Con dudas y remordimientos que sólo en nuestras cabezas han vivido. Con paradas que dejan entrenamientos huérfanos y dolidos.
Esa que ve en el rigor y en la responsabilidad el contrincante que quiere herido. Que quiere noquear y ver caer todo lo que ha construido.
La excusa quiere instalarse dentro de ti, como huésped indefinido. Siempre quiere aparecer y siempre tiene en convencerte su objetivo.
La excusa no es exclusiva, no es tuya ni para ti. Aunque pueda contigo. Está en cualquier cabeza buscando un sitio. Buscando aparecer, convencer y conseguirlo. En la del que gana aunque creas que es sin motivo. En la del que nunca falla que día tras día con su batalla ha vencido.
A la excusa le fastidias tú si haces caso omiso. Si pones tu convicción al servicio de correr, si sumas km y días con sentido. Si sufres y quieres volver. Si quieres recorrer tu camino. Si piensas en lo que quieres conseguir, si recuerdas el motivo. Si crees en tus posibilidades y vuelves de nuevo sentirlo. Si pase lo que pase te calzas en los pies la ilusión y el reto de conseguirlo.
La excusa perfecta es aquella que utilizas para salir a correr sin importar el motivo.